Empieza un año nuevo. En el corazón del invierno, bajo la nieve, se preparan las campanillas de invierno, precursoras de la primavera. Pero aún no, aún estamos bajo la manta, un té caliente entre manos. Entre el frío de fuera y el torbellino de eventos familiares, unos momentos de tranquilidad acurrucad@s en el sofá nos invitan a la reflexión.
Reflexionamos sobre el año transcurrido y él que nos espera, lleno de promesas y decidimos hacernos propósitos, desafíos o promesas a nosotr@s mism@s.
Así que aprovecho este momento para proponeros un propósito para este año: cuidar de ti mism@.
Os pasará a algun@s que en algún momento de nuestro camino vital nos hemos volcado en el cuidado de otras personas y nos hemos perdido por el camino. En mi caso, tener que cuidar de dos duendes del bosque ha sido a la vez mi perdición y mi despertar.
Creo que para mí, que hasta entonces era libre y gozaba de buena salud, el concepto del autocuidado era algo obvio y abstracto a la vez. Donde no hay necesidad no se crea la palabra. Y eso que dediqué varios años a cuidar de los demás cuando me dediqué al masaje. Insistía, enfática, en la importancia de cuidar de uno mism@. Pero cuando me tocó ser madre se me olvidaron todos mis consejos y me olvidé de mi misma.
Me volqué en la supervivencia de un cotidiano para el cual no estaba preparada, sintiéndome tremendamente responsable y descuidando por completo la niña interior acurrucada dentro de mi. En un posparto bastante traumático, la dejé sola porque ni sabía, ni me veía capaz de cuidar de mi bebé a la vez que de ella.
La dejé de lado, día tras otro, hasta que tocó fondo y, desde ahí, dio una patada al suelo fangoso de mis emociones. Y remontamos. Poco a poco.
Es curioso la cantidad de cosas que sabemos, pero que en un momento dado se nos olvidan por completo. Algo tan obvio como: cuídate para cuidar de los demás, si no te cuidas no puedes cuidar de los demás, para cuidar de los demás primero hay que cuidarse... ¿cuantas versiones de esta cantinela habéis escuchado a lo largo de vuestra vida? Aún así, se me olvidó.
Pero de repente me acordé, porque la vida no me dejó otra opción, porque el peso de la responsabilidad ya no tenía hombros en los que apoyarse, porque comprendí de repente el sentido profundo de esta frase tan escuchada.
Y es que el autocuidado no siempre es ir a un Spa, darse un masaje o ponerse una mascarilla. El autocuidado es ser consciente de tus limites y ser capaz de mantener un jardín tuyo dentro de esos límites.
Os cuento cómo ha sido para mi la construcción de este jardín:
Nivel 1: empecé a cerrar el pestillo de la puerta del baño (esto parece poco pero se merece una ola).
Nivel 2: empecé a ir a mis citas del médico sola, para poder escuchar y entender lo que me decía el profesional que tenía delante sin que mi cerebro cortocircuitará porque tenía que amamantar o consolar, o recoger un calcetín caído a la vez.
Nivel 3: empecé a fumar: ya lo sé, muy mal, pero imaginaros que me creé un vicio para poder estar 5 minutos a sola conmigo misma en el balcón (época COVID), mal tenía que estar yo...
Nivel 4: empecé a ir a hacer la compra sola, confiando en las habilidades de mi pareja en mantener nuestros peques vivos el tiempo justo parque elija la mozarella que me gusta (nuevos niveles de irresponsabilidad alcanzados).
Nivel 5: empecé a salir (un ratito) con las amigas.. la primera vez lloré de la emoción y me sobresaltaba cada vez que escuchaba un ruido remotamente cercano al llanto de un bebé.
Nivel 6: me fui a dormir una noche sola en un hotel (al día de hoy una de las mejores noches de los 8 últimos años).
Nivel 7: empecé a salir a darme un paseo... ¡porque si! bueno, porque en realidad será porque lo necesitaba, ¿no?
Nivel 8: retomé el deporte, cómo tiempo para mi y cómo tiempo para sanar y cuidarme. (ver mi artículo SanArte)
Nivel 9: empecé a verbalizar mis necesidades.
Primero tuve que identificarlas, claro. Si llevaba tiempo sin escuchar la vocecita dentro había que enchufarle un altavoz. Y este era el problema, si no escuchas tu niñ@ interior acaba teniendo que gritar. Y si grita dentro, tu gritas para afuera, a las personas que te rodean, a las que más quieres, a las que quieres cuidar. Un poco contraproducente.
Por aquí solté también la costumbre de fumar, ¿curioso, no?
Nivel 10: poder estar con mi familia, decir cómo si nada: ¿alguien necesita algo? Bien, porque ahora me voy a explayar en el comedor y voy a pintar un par de horas. (¡aplausos por favor!). Bueno, que lo diga no siempre quiere decir que vaya a suceder, pero ¡lo he dicho! He verbalizado una necesidad mía y he comunicado mis intenciones... ¡sin enfado! Así, cómo si fuera la cosa más normal del mundo: mientras pululáis a mi alrededor, yo me voy a sentar, a la vista de todos, y voy a pintar (no cocinar, ni limpiar, ni ordenar....¡pintar!). Igual me pongo el aparatoso casco rosa de cancelación de ruido que me he comprado tras las vacaciones.
Tras explicarles a mis duendes a qué servía y porque mi cerebro necesitaba silencio de vez en cuando me dijeron de no preocuparme, y que cuando me veían con el casco bajarían la voz... amores...
He llegado, me he sentado en mi jardín y me he sentido tremendamente feliz. Y con esta felicidad en el corazón he ido a buscar a mis peques al cole, con ganas increíble de abrazarles y compartir esta alegría con ellos, con ganas de escucharles y achucharles a la vez, con ganas de verles ser.
No pretendo dar pistas universales, cada un@ tiene necesidades distintas y maneras distintas de cubrirlas. Cada uno tiene que acercar el oido para poder escuchar a la voz tenue pero firme e insistente de nuestr@ niñ@ interior. Y para eso os reenvío al artículo SanArte de este Blog para ideas sobre cómo conectar con tu esencia. El primer paso, sin embargo, es encontrar un momento para ti y dejarte espacio para encontrarte.
¿Y entonces, qué pasa? ¿Qué sucede cuando damos riendas libre a la voz de adentro?
Aquí se planta un dilema entre altruismo y egoísmo y esto me lleva a una reflexión que me acompaña desde hace tiempo. Por un lado hay que reconocer que muchas de las personas que han dejado un legado importante (inventores, artistas, emprendedores, exploradores...) han sido personas que han seguido esta vocecita interior. Desde un deseo imperioso de crear, descubrir y compartir nos han permitido tener una calidad de vida mejor.
Esto me lleva a otra reflexión: no tod@s cuidamos de la misma manera. Haciendo un paralelo metafórico con el cuerpo humano, no tod@s podemos ser corazón o cerebro. Los dedos de pie, desde su humilde posición terrenal, juegan un papel funcional clave.
Además, ¿dónde está nuestro límite? aquí empieza un camino de autoconocimiento y búsqueda de un balance entre tus necesidades profundas y el sincero deseo de cuidar a los sees queridos que dependen de ti.
Lo que está claro es que tod@s merecemos escuchar nuestra voz interior, volver a nuestra esencia, plantar esta semilla que dará los frutos más dulces de la coherencia.
Mi familia se merece una madre y pareja feliz. Porque desde la felicidad se cuida naturalmente, sin esfuerzo casi, en la alegría. Todo se vuelve más sencillo si nos permitimos un poco más lo que necesitamos y soltamos un poco el peso del control y de la responsabilidad.
Dicho esto, ¡me voy a afieltrar un rato!
Que tengáis un muy buen día y un muy feliz año conectado :)
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